CUARESMA DEL AÑO DEL SEÑOR DE 2004 (1)
EL NIÑO ES LA CONTRACULTURA
Quiere
el Santo Padre que "El tema de este año… sea El que reciba a un niño como éste
en mi nombre a mí me recibe (Mt 18,5)¨. Mucho me temo que la predicación
cuaresmal intente bordarse sobre el cañamazo de estas palabras que extrae el
Papa del evangelio de San Mateo y se vaya en ternuras sentimental’politiqueras
sobre "el respeto que merece el niño, que es un ser humano débil… bla, bla,
bla…¨, o sobre lamentos y lagrimeos cocodrileros… (!Ay, cuántos niños sin
hogar y sin escuelas… y sin abuelita, y sin abuelita, señor
religioso-politiquero, sin abuelita!) Me lo temo, porque no queremos coger el
toro por las astas… El texto de San Mateo se da en un contexto… (Lee Papo, lee
que eres un analfabeto que estudiaste en Yale, y no pudo pulirte esa gran
universidad…): "El que escandalice a uno de estos pequeños que cree en mi, más le
vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que muelen los
asnos (¡los asnos, Papo, los asnos!) y lo hundan en lo profundo del mar¨... (Oye
Papo, a una persona en estas condiciones, la ahogan, la matan… ¿Ordena el Señor
que se mate al que escandaliza a un pequeño? Pero, Papo, a ti nunca te han
dicho eso. En Yale te enseñaron que matar es pecado, por eso ‘ignorante, tú’ no
eres partidario de la pena de muerte… Huy, huy, Papo, dejemos estos temas…) El
tema es que el niño representa la condición para acoger el que trae el Reino,
el orden nuevo, la forma imprevista de hacer una criatura digna. Los lugares
paralelos al texto que aduce el Santo Padre para la Cuaresma de este año, están
contextualizados en la realidad de la ambición y del poder (Lee, Papo, lee…: Mc
9, 33, Lc 9, 46, Mc 19, 15, Lc 18, 7, Jn 3, 5 y Jn 23, 12). La estrella polar
que orienta la cultura "humanizadora" (¿?) en nuestras universidades,
parlamentos o galleras, medios de comunicación, oficinas, charloteos con copas
de ron o whisky, blowing rubio en los beauty parlors )ahora se llaman Salones
de Spa), bombeos de sangre arterial o de sangre venosa en nuestros músculos
cardíacos…, no es la referencia que hace al niño tan valioso y tan
clarificador: él representa la extinción del poder. Pero quizás preferimos
pensar en el niño como objeto sentimental, tierno, querible, amable… ¡Para
explotarlo mejor, oh lobo de Caperucita! Porque, ciertamente, el niño interesa
menos para renovar nuestra mente,
nuestro estilo, nuestra sonrisa de Colgate, nuestra cortesía puritana, nuestro
mundo sentimental picado de viruelas, que le tiene más miedo al dolor que a un
sida terminal o a una leucemia galopante… El niño no es una mandanga, Papo,
aunque te lo hayan enseñado
(sí/no) en Yale. El niño es el nombre que tiene la
libertad, la fuerza y lo cristiano.