Antes de que mayo
incline la cabeza hacia su fin, tal una flor dormida, quiero elevar en este
editorial, como un corcel rampando el aire, la energía de unas pocas palabras
verdaderas a LA GLORIOSA, porque no hay otra; así la llamaba Gonzalo de Berceo,
sin el sustantivo que requiere todo adjetivo, porque ese adlátere está
sustantivado en una mujer, María, la Madre de Dios. Y tomo un texto de un libro
finísimo Señora Nuestra (así se
titula); ha sido libro nuestro de cabecera, paradigma de literatura en palabras
labradas con fe y ternura, como hurgaban los maestros canteros la piedra
sillar, las esculturas para aleros catedralicios o para acoger a los peregrinos
a la entrada de los grandes templos…, en la memoria guardo aquella talla
mariana con niño en brazos, partiendo en dos los pórticos de EL DOMO de Colonia
en pasado verano. Tomo la entrada del capítulo IV del libro de José Mª
Cabodevilla, el enamorado autor de esos textos, titulado así, Mujer:
“Podríamos
inventar un diálogo. Una suave plática que mantienen dos varones graves e
inteligentes, a la hora propicia, cuando ha caído el sol, un sol horizontal,
amarillo y benévolo.
Se
discute la mayor perfección y excelencia del hombre o de la mujer. No hay
acuerdo posible. Ni la filosofía ni el derecho, ni San Pablo ni las ciencias
naturales pueden resolver el tema, y son únicamente, para estos dos espíritus
cultivados, como otros tantos motivos ornamentales de la tarde, igual que las
acacias, la esquila remota o la luz en retirada. El defensor de la supremacía viril
propone entonces citar nombres de personas grandes, él de varones y el otro de
mujeres, a ver quién reúne mayor número. Su contertulio duda, y al fin acepta.
De Platón a Einstein la lista es muy
nutrida. Veinte, treinta, cuarenta, en un minuto es fácil espigar cuarenta
nombres masculinos de primera nota. El abogado del sexo débil sonríe:
-
Ahora
yo. Contad…
Y
comienza a citar mujeres. Las mujeres oscuras, discretas y honradas del pueblo
en que ellos viven.
Puestos
nosotros a engrosar la lista de grandes mujeres, es seguro que terminaríamos
antes de que llegase a su enésima parte el catálogo de varones eximios.
Acabaríamos antes, pero con un calderón inacabable, con un nombre que anula y
deshace toda rivalidad: el nombre de María, Nuestra Señora”.
Laurent de la Hyre. Aparición de Cristo a Santa María Magdalena (1656).