EL AMOR A SU VENIDA
"... a los que tienen amor a su venida" (2 Tm 4, 8)
Nos han arrebatado el deseo de que El vuelva. Predicadores y clérigos ignorantes, que apenas entienden medio verso de un poema mediocre, carentes de mínimas técnicas para comentario de textos literarios..., se han atrevido con una exégesis zafia a la gran obra literaria que, además de ser palabra de Dios, son los libros de la Biblia; intérpretes de paupérrima formación, que no saben lo que es la poesía surrealista ni el género apocalíptico que corre desde el profeta Daniel, pasa por pequeños fragmentos de este mismo género en los evangelios y desciende en el torrente de epopeya que es el Apocalipsis..., han entendido la segunda venida del Señor como la llegada de los bárbaros desde las estepas asiáticas, invadiendo las soleadas costas del Mediterráneo, asolando el imperio romano con sus monumentos, sus foros, sus campiñas y sus ciudades... (en una de esas tropelías bárbaras sobre la ciudad de Tagaste, pereció San Agustín). Cerrar la venida del Señor en medio de relámpagos, angustias, astros que se quiebran en gigantescos átomos de aerolitos, sin entender su significado, lleva a no desear que el Señor vuelva, y sin este miedo se ha prolongado indefinidamente y ha quedado en el sedimento de las creencias del pueblo cristiano..., provoca otro clamor: ¡Que no vuelva, que se quede en su cielo¡..., más o menos, nos encontramos bien aquí. Aunque desterrados en un valle de lágrimas, podemos esperar indefinidamente. Esto es lo que llevamos inyectado en el código genético de nuestras creencias, es lo que los psiquiatras han llamado el inconsciente colectivo, y una inconsciencia de este género, no se borra ni en cientos de años; la actual generación de católicos adultos no desean la venida del Señor, y la siguiente generación no deseará nada; no esperará; la virtud teologal de la Esperanza, que nos infundió el Espíritu en la Iglesia, ha sido dañada seriamente, es lo que debemos a la beatería palabrera de los predicadores que han querido dominar las conciencias mediante el miedo. Y, así, entrar en la línea espiral del alegre deseo durante el Adviento, es imposible, sólo nos queda el sentimentalismo epidérmico de regalos y cantares en la Noche Buena, que es muy oscura y no tan buena. Hala, Papo, al güisqui y los casquitos de guayaba con quesito blanco... Tira para Plaza las Américas..., que hay que celebrar cristianamente la Navidad.
Publicado originalmente en el Boletín informativo de la parroquia de San Juan de la Cruz de Puerto Rico, nº 864 (dic. 2009)
Nos han arrebatado el deseo de que El vuelva. Predicadores y clérigos ignorantes, que apenas entienden medio verso de un poema mediocre, carentes de mínimas técnicas para comentario de textos literarios..., se han atrevido con una exégesis zafia a la gran obra literaria que, además de ser palabra de Dios, son los libros de la Biblia; intérpretes de paupérrima formación, que no saben lo que es la poesía surrealista ni el género apocalíptico que corre desde el profeta Daniel, pasa por pequeños fragmentos de este mismo género en los evangelios y desciende en el torrente de epopeya que es el Apocalipsis..., han entendido la segunda venida del Señor como la llegada de los bárbaros desde las estepas asiáticas, invadiendo las soleadas costas del Mediterráneo, asolando el imperio romano con sus monumentos, sus foros, sus campiñas y sus ciudades... (en una de esas tropelías bárbaras sobre la ciudad de Tagaste, pereció San Agustín). Cerrar la venida del Señor en medio de relámpagos, angustias, astros que se quiebran en gigantescos átomos de aerolitos, sin entender su significado, lleva a no desear que el Señor vuelva, y sin este miedo se ha prolongado indefinidamente y ha quedado en el sedimento de las creencias del pueblo cristiano..., provoca otro clamor: ¡Que no vuelva, que se quede en su cielo¡..., más o menos, nos encontramos bien aquí. Aunque desterrados en un valle de lágrimas, podemos esperar indefinidamente. Esto es lo que llevamos inyectado en el código genético de nuestras creencias, es lo que los psiquiatras han llamado el inconsciente colectivo, y una inconsciencia de este género, no se borra ni en cientos de años; la actual generación de católicos adultos no desean la venida del Señor, y la siguiente generación no deseará nada; no esperará; la virtud teologal de la Esperanza, que nos infundió el Espíritu en la Iglesia, ha sido dañada seriamente, es lo que debemos a la beatería palabrera de los predicadores que han querido dominar las conciencias mediante el miedo. Y, así, entrar en la línea espiral del alegre deseo durante el Adviento, es imposible, sólo nos queda el sentimentalismo epidérmico de regalos y cantares en la Noche Buena, que es muy oscura y no tan buena. Hala, Papo, al güisqui y los casquitos de guayaba con quesito blanco... Tira para Plaza las Américas..., que hay que celebrar cristianamente la Navidad.
Publicado originalmente en el Boletín informativo de la parroquia de San Juan de la Cruz de Puerto Rico, nº 864 (dic. 2009)